Saber es poder//La comida y la palabra// simbologia de la mesa

La comida y la palabra: simbología de la mesa

Vamos a iniciar esta sección dedicada a una aproximación simbólica de la naturaleza con un díptico de relaciones mutuas (BOCA- ALIMENTO). Hemos decidido empezar por la digestión o asimilación de energías y conocimientos por considerar este acto central a todo el fenómeno de la vida. Efectivamente, toda la creación está gobernada por un intercambio mutuo de alimentos y relaciones digestivas, hasta el punto que el hambre y sus apetitos son el imperativo de la supervivencia. Sin presas no hay vida; esta norma marca las relaciones biológicas y da contenido a la famosa pirámide trófica de las especies, y a su vez formula las ecuaciones y proposiciones de la física de partículas y sus leyes sobre la entropía. 

En la cultura humana, la mesa es el espacio donde se escenifican las relaciones comunitarias y donde se opera una relación entre lo visible y lo invisible que ha llevado a que en ella se asiente uno de los pilares de la experiencia espiritual; la mesa es el ágape, la liturgia, el sacrificio o la ofrenda entre el hombre y lo sobrenatural según las diversas terminologías de cada tradición. La manera de comer y sus rituales son, como bien saben los antropólogos, el acto privilegiado que más nos informa del estado y valores de una sociedad. 

BOCA

El cuerpo humano es el reflejo de todo el cosmos, en él se inscribe toda la creación. Esta afirmación va más allá de los conocimientos que la física o la química puedan darnos sobre la constitución de la materia o de ciertas pautas estructurales y de “comportamiento” que hacen que el hombre y las galaxias compartan sus secretos. El cuerpo humano es, además, una cartografía del universo, un universo él mismo, en el  “especulare” limitado e inagotable del lenguaje. El cuerpo no es sólo la casa donde habitamos, sino un libro donde somos y nos releemos a cada instante.

La boca del hombre se abre en su cuerpo como un pozo donde suceden dos realidades: el aliento con su secreto que es la palabra, y el alimento y su secreto que es el sacrificio.

Por la boca respiramos, hablamos y devoramos. En la boca cabe lo sutil y lo grosero. La boca es capaz de lo profano y de lo sagrado. Por la boca el niño explora y saborea el mundo y por la boca se extingue nuestro último aliento. La boca nombra geografías que ocultan en sus oquedades madrigueras, pozos y escondrijos; allí hay agua y presas para el apetito. Los campesinos llaman a su instrumento que devora la maleza, hocino, porque tiene la forma de unas fauces.

En la boca sucede un hecho sutil y que pasa desapercibido en este mundo donde apenas nos detenemos a dejarnos asombrar. En su cámara oscura, el aliento que decíamos atesora la palabra, y el alimento que atesora ese intercambio y ofrenda de lo intangible a lo vivo que llamamos sacrificio, se unen y nos sugieren otro significado, el conocimiento. Se dice que la Palabra es alimento para el espíritu; también decimos que debemos “digerir” ciertas experiencias,  “rumiar” lo estudiado y que las ideas dan vueltas en la mente como si se tratara de una masticación. Pasemos pues a reflexionar sobre el Alimento, que es el material gnosológico y nutricional de la boca.

ALIMENTO

Hoy en día el comer es un acto profano; sus cualidades más ponderadas son la dieta y la comida sana. Comer es para nuestra sociedad una actividad descuidada y agitada, e incluso peligrosa, de ahí tanta literatura sobre la dieta. Parece que el hombre moderno o bien come mal y  en exceso, o bien come saludablemente. Entre estos dos extremos, ¿no nos olvidamos algo? Pensemos que la comida es el centro de nuestra actividad, la raíz de nuestros trabajos, la cuartada de nuestro desarrollo. Siendo tan importante, ¿por qué nos relacionamos con ella como si se tratase de una mercancía?

En ningún manual sobre conservación o sostenibilidad se hace mención a nuestra cultura sobre el comer. Se menciona el alimento y se aconseja la importancia de los productos biológicos y naturales para preservar los territorios y sus especies y para garantizar una economía de lo local. Argumentos que por su sensatez e importancia a muchos nos sorprenden que no sean de uso común. Pero el comer queda en esa categoría de lo innombrado o tal vez de lo privado. Entre una visión llamemos ecologista y otra industrializada, se perpetua un olvido central y vertical que nos aporta una pieza clave para superar las limitaciones de ese “fiel” que coloca a la naturaleza en una balanza horizontal, donde las opciones están condicionadas por la misma categorización; aquélla que ve en el mundo productos, cosas y procesos. 

El comer, como acto de nobleza y perfeccionamiento, lo hemos dejado para la excepción de los pocos que mantienen un sentido de la tradición, para aquéllos que comprenden la fórmula de la bendición de la mesa en el Budismo Zen, donde se nos recuerda a  “los seres visibles e invisibles que han elaborado los alimentos”. Comer en el sentido que brevemente apuntalamos en este texto es un recuerdo de la ofrenda que lo vivo dona a lo vivo para su perpetuación, es un rito donde el descenso de la digestión provoca un ascenso de las potencias intelectuales e espirituales del hombre, es una meditación en el fulcro mismo de lo que muere y lo que renace en cada masticación, de lo grosero diluido entre el agua vivificante de la saliva y el aliento que rumia con su silencio los sabores de la creación. Comer es dar testimonio de nuestra conciencia, de nuestra capacidad de asombro y veneración, es hacernos humildes y sinceros con las fuerzas que entretejen nuestra existencia. Una sociedad que come sin conciencia es una sociedad que se devora a sí misma. Es tan importante restituir esta antigua tradición de la bendición y la ofrenda que posiblemente no hay mejor acción para la preservación de nuestro planeta que un volver a “aquella” mesa donde los alimentos sean un sacrificio para la sabiduría.   

En las tradiciones antiguas y en los rescoldos de la nuestra, toda comida sucede en un doble plano: el terrenal y el sobrenatural; y si la vida misma transcurre entre estas dos orillas, es precisamente en la mesa donde se extiende un puente de mutua influencia. Vemos esta relación profusamente documentado por la antropología y la literatura sagrada: En el Zohar se cita el “banquete de los elegidos”; “los elegidos tendrán un alimento escogido” nos dice el Corán. Platón nos habla del “banquete de los santos” y Aristófanes del “banquete de los bienaventurados”; en los misterios de Eleusis se menciona la embriaguez eterna de la ambrosía y el néctar, el haoma que desciende de  la montaña cósmica Alborj entre los persas; los aztecas se “comían” al dios Huitzicopochtli; en los ritos de Mitra y en los cristianos los misterios mayores y menores se ocultan en el pan y el vino. Y para concluir esta breve lista, este hermoso y misterioso pasaje de Ibn al-Farid: “hemos bebido en memoria del Amado, un vino que nos embriagó antes de la creación de la viña”. 

¿Qué nos muestran todos estos testimonios? Que el comer es un acto profundamente comprometido con la espiritualidad. Si se come desde esta comprensión, la digestión es un suceso que enhebra los dos mundos, y de esta tarea meditada y reverencial es posible obtener no sólo alimento, sino también Conocimiento. Es cierto que para el hombre actual estas afirmaciones le pueden resultar estridentes o fútiles, por decir lo mínimo, no en vano en las mesas de nuestras comidas ya no hay nobleza, ni sosiego. Tal vez por este vacío de contenido se han puesto de moda los “grandes chef”, esas nuevas estrellas del ocio que intentan entre sus fogones dar belleza y excelencia a un mundo “hambriento” de ellas. Tener conciencia de nuestro cuerpo, de los dones y lenguajes del mundo natural, saludar y reconocer el mundo desde nuestros órganos y comer como quien se ofrece de sí mismo lo mejor que tiene, son  recordatorios esenciales para una existencia más plena.  

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