Prof. Dr. Aquilino Polaino-Lorente, Catedrático de Psicopatología en la Universidad Complutense de Madrid e investigador -colaborador del Instituto de Ciencias para la Familia de la Universidad de Navarra, autor de numerosos libros de su especialidad, analiza a través de cinco lecciones -realizadas de forma dialogada con la periodista Elica Brajnovic- la importancia de la educación en la autoestima en ambiente familiar: sus dificultades, pautas de comportamiento y soluciones.
En su opinión, ¿pertenecen las mujeres a un grupo infravalorado que necesita defenderse incrementando su autoestima?
A la mujer se le ha hecho mucho daño, se le ha relegado porque hasta ahora la sociedad ha sido construida por varones. Todavía en la actualidad la mujer sigue apartada de muchos ámbitos de la actividad humana.
Considero, no obstante, que ahora no está en crisis lo femenino sino lo masculino. Las mujeres se han repuesto de la guerra del feminismo radical de los años 60. Es el varón quien está en plena crisis de identidad, se habla incluso de «construir la masculinidad» y presenciamos un crecimiento galopante de la homosexualidad entre varones.
Lo masculino es complementario de lo femenino; y lo es por las diferencias entre hombre y mujer dentro de su igualdad como personas humanas. Pero si se subraya exageradamente la igualdad, como han hecho las feministas radicales, se desdibujan las diferencias y la complementariedad. Con este planteamiento se hace un flaco servicio a todos: la imitación del varón por la mujer engendra un modelo femenizante para el varón. La historia puede repetirse y si ahora están aumentando los homosexuales masculinos, en diez años, crecerá el lesbianismo.
¿Qué relación hay entre el machismo y la baja autoestima de las mujeres?
En mi opinión, el peor machismo es el de algunas mujeres. Suelen ser mayores de 35 años y amas de casa de países latinos. Son machistas porque mantienen su papel tradicional, aunque están, según dicen, «hartas y aburridas de la casa». Pero educan a los hijos en una mentalidad machista. Además, consienten o aplauden el machismo del varón que de por sí es poco «domesticable».
Quizá la baja autoestima de estas amas de casa se deba al escaso brillo social de los trabajos domésticos, a la rutina y a la falta de aprecio por parte de los demás miembros de la familia; aunque para algunas mujeres su casa sea un auténtico refugio a pesar de todo. Es posible que la solución al machismo esté en las nuevas generaciones. Si los jóvenes matrimonios educaran indistintamente a sus hijos e hijas para realizar las tareas domésticas, quizá cambiaría la situación.
No comparto la opinión de quienes afirman que la mujer —a diferencia del hombre— tiene una predisposición para el hogar; basta ver cómo se desenvuelve una familia monoparental en la que el cabeza de familia es varón.
No apoyo, sin embargo, el llamado «reparto equitativo de las tareas domésticas» al 50%, si marido y mujer trabajan fuera de casa, porque el matrimonio no es una empresa, ni una sociedad laboral, sino una comunidad de amor, en la que se da una autoexpropiación a favor del otro.
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