El Hada Oportunidad

[Genaro y Gladis]

En la vida todos tenemos muchas oportunidades, pero son pocos los que las saben aprovechar. La
mayoría prefiere echarle la culpa de sus desgracias a todo el mundo y no son
capaces de asumir su vida con responsabilidad. Ojalá que todos tuviéramos la
sabiduría de acoger las oportunidades que Dios siempre nos prodiga.

En cierto pueblo había
un hombre que a menudo se quejaba de no haber tenido suerte en la vida. Sus
lamentos y pesares eran tales que todos los días los desgranaba como las cuentas
del rosario. Siempre le reclamaba a Dios: “¿Por qué eres injusto? ¿Por qué a
otros le das oportunidades y otros nos lo niegas”? Dios, que siempre es tan
bueno, decidió enviarle un Hada llamada oportunidad.

El Hada Oportunidad se despertó muy de madrugada, pues tenía que hacer un largo viaje. Después de
hacer sus oraciones empezó a descender desde el cielo y llegó a la casa del
hombre mencionado, ni bien estaba rayando la aurora. Como ella es una dama muy
discreta con suma delicadeza tocó la puerta, pues temía ser impertinente. El
hombre desde dentro, sin abrir lo ojos, le contestó con voz hosca: “¿Quién?”.
El Hada temblorosa le contestó: “Soy la Oportunidad. He
venido a visitarte, pues Dios me ha enviado”. El hombre montó en cólera y le
dijo: “¿Qué modales son esos de una dama como tú? ¿No te das cuenta que aún es
muy temprano? Vas a despertar a mi mujer y a mis hijos. Por favor vete y
regresa más tarde si quieres que te atienda”. Dicho esto el hombre se cubrió
con su colcha y siguió durmiendo.

El Hada Oportunidad, que no le gusta perder tiempo, ni corta ni perezosa se marchó a tocar la puerta
de la casa del vecino. Éste ni bien escuchó que era la Oportunidad que se
había acercado a su casa inmediatamente abrió su puerta, la invitó a sentarse,
ordenó a su esposa para que le prepare la comida y juntos desayunaron. La Oportunidad en
gratitud a la hospitalidad de esta familia le ofreció como recompensa una
considerable suma de dinero y se marchó presurosa a socorrer a otros
menesterosos que quisieran acogerla. Al finalizar el día regresó al cielo para
dar cuentas a Dios de la misión encomendada.

Este hombre empezó a trabajar el capital que recibió de la oportunidad. Hizo un negocio y ganó
buenos réditos. Calculó los gastos que haría con su familia ese mes, separó el
dinero necesario para ello y el resto lo incorporó a su capital. Así fue
haciendo negocios hasta que se convirtió en un hombre acaudalado, pues logró
acumular una considerable fortuna. En cambio el primer hombre que estaba
destinado a recibir el subsidio de la Oportunidad ese día se levantó a eso de la 9 de
la mañana, se duchó, desayunó y se sentó en su mueble a ver televisión mientras
esperaba la visita de la oportunidad, que, según él, regresaría más tarde. Pasó
el medio día, llegó la tarde y la noche cubrió aquél hogar y la oportunidad
nunca más regresó. El hombre se llenó de amargura y siempre se lamentaba de
haber sido un hombre desdichado por no haber tenido suerte en la vida.

Esta historia nos ayuda a comprender que, en la vida, todos tenemos muchas oportunidades, pero

son pocos los las saben aprovechar. La mayoría prefiere echarle la culpa de sus
desgracias a todo el mundo y no son capaces de asumir su vida con
responsabilidad. Ojala que todos tuviéramos la sabiduría de acoger las
oportunidades que Dios siempre nos prodiga.

normal"">Tahoma;mso-ansi-language:ES"">"las oportunidades no se pierden nunca; las
que tú dejas marchar...las aprovecha otro."