En literatura, las líneas que se han dedicado al tema de superación personal son interminables. Al acudir a una librería podremos darnos cuenta que en los estantes siempre encontraremos nuevos textos y muchos de ellos, llaman la atención tan sólo de leer su título.
Existen toda clase de doctrinas, consejos, pasos, técnicas, métodos, etc. para desarrollar, descubrir, identificar o evaluar nuestras capacidades, talentos, habilidades, aptitudes… sin embargo, la inmensa cantidad de publicaciones carecen de algo que, de forma indiscutible, es indispensable para que cualquier cosa, de lo anteriormente mencionado, funcione en nuestra vida: una conexión intrínseca entre el diálogo interno y la filosofía paulatina de la existencia.
Suele relacionarse o definirse como diálogo interno aquella conversación o soliloquio con nosotros mismos y que da por resultado la edificación de los pensamientos desde los pequeños hasta los más complejos.
Le llamo filosofía paulatina de la existencia al hecho de vivir en capítulos. Cada día es una página diferente o un nuevo comienzo, con lo cual, se reflexiona acerca de las cosas que suceden, de la naturaleza que nos rodea, de los seres vivos con los que interactuamos y de nuestras propias sensaciones y reacciones ante los eventos cotidianos.
Sino aprendemos a conectar el diálogo interno con nuestra filosofía, todas esas palabras contenidas en los grandes tomos de mejoramiento caerán como semillas en tierra árida: nunca echarán raíz. Conozco personas que se concentran mucho en encontrar soluciones a su calidad de vida en esta clase de material, e incluso una servidora ha encontrado excelentes alternativas de crecimiento personal y es innegable que se traducen en aplicación práctica muchas de estas teorías y sugerencias; no obstante, muchos aprendemos a abrir una cerradura y lo hacemos tantas veces, que llega el momento en que es un reflejo mecánico, consecuencia de la práctica habitual y lo único a su favor que puedo decir, es que aunque nuestra entrada se quede en penumbras hallaremos el cerrojo para hacer la operación manual y accionar el mecanismo de la chapa y abrir la puerta sin ningún problema; más nunca habrá algo más trascendente en qué aplicar esta habilidad motriz.
Por lo anterior, es imprescindible conectar nuestra propia capacidad de razonamiento enriquecida con las experiencias de nuestra interacción. En la antigüedad las personas más valoradas en una tribu, comunidad o pueblo eran los ancianos, a quienes se les consideraba sabios. Aludo al viejo refrán que dice: “Más sabe el diablo por viejo, que por diablo”. Estos adultos mayores, en muchos casos, no sabían leer, ni escribir, y puede que en muchas de las antiguas civilizaciones no existieran esa formas de comunicación; así que la única manera de consultar o asesorarse era con la voz viva de la experiencia, gracias a lo que ellos habían recibido de legado ancestral, es decir, de generación en generación, términos que hoy día están en franco desuso, gracias a la imprenta, los medios de comunicación, las redes sociales, el mundo virtual, etc.
Es importante no olvidar que por muchos textos a que tengamos acceso la voz más importante que debemos escuchar es la nuestra: la interior, para que nuestros pensamientos encaucen el aprendizaje que buscamos suministrarles en una manera adecuada, sincera y honesta a través de acciones que demuestren congruencia. Así evitaremos caer en el caso de ser como aquellos que dicen una cosa, pero llevan a cabo una muy diferente, buscando sólo emular en sus palabras a sus grandes autores de dirección de liderazgo, pero olvidando que las obras hablan por sí solas del auténtico contenido que llevamos en la mente.
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