Introducción
Debido a que los esfuerzos para adelgazar plantean enormes desafíos, la prevención primaria del aumento del peso es una prioridad global. Para la estabilidad del peso es necesario que haya equilibrio entre las calorías que se consumen y las que se gastan. Por ello la recomendación de “comer menos y hacer más ejercicio” pareciera ser sencilla. Sin embargo, el aumento del peso a menudo se produce gradualmente a lo largo de las décadas (alrededor de 450 g por año). Resulta difícil para la mayoría de las personas percibir las causas específicas de este aumento.
Varios factores de los hábitos de vida pueden influir sobre la capacidad para mantener el equilibrio energético a largo plazo. El consumo de bebidas azucaradas, golosinas y alimentos elaborados dificulta esta capacidad, mientras que el consumo de granos enteros, frutas y verduras la facilita. La actividad física también debería influir sobre el aumento del peso a largo plazo, pero las evidencias para avalar esta expectativa han sido sorprendentemente contradictorias. Además, el tiempo frente al televisor y el tiempo de sueño pueden influir sobre el consumo de energía, el gasto de energía o ambos. Los diferentes hábitos de vida con frecuencia se han evaluado por separado y se limitan así las comparaciones relativas o la cuantificación de efectos combinados. Además, la mayoría de los estudios sobre el tema evaluaron las conductas en ese momento, pero los cambios de conductas en el tiempo pueden ser más apropiados para estudiar sus efectos biológicos sobre el aumento de peso a largo plazo y su traducción a estrategias preventivas. Los autores investigaron la relación entre múltiples cambios de hábitos de vida, tanto por separado como en conjunto y el aumento del peso en el largo plazo en mujeres y hombres no obesos que participaron en tres estudios prospectivos.
Métodos
Se efectuaron investigaciones prospectivas en tres cohortes distintas (The Nurses’ Health Study, The Nurses’ Health Study II y The Health Professionals Follow-up Study). Se incluyeron 120.877 mujeres y hombres que no padecían enfermedades crónicas y no eran obesos al inicio, con períodos de seguimiento entre 1986 - 2006, 1991 - 2003 y 1986 - 2006.
Los participantes respondieron a cuestionarios bianuales sobre sus antecedentes médicos, hábitos de vida y prácticas sanitarias.
Los hábitos de vida de interés fueron la actividad física, el tiempo frente al televisor, el consumo de alcohol, las horas de sueño y la alimentación. Los factores alimentarios evaluados fueron las frutas y verduras, los granos enteros, los granos refinados, las papas (hervidas, en puré y fritas), las papitas fritas envasadas, los productos lácteos enteros y descremados, las bebidas azucaradas, las golosinas y los postres, las carnes elaboradas, las carnes rojas no elaboradas, las frituras y las grasas trans. También evaluaron las nueces y otros frutos secos, los jugos de frutas sin agregados y los refrescos dietéticos, así como diferentes tipos de bebidas alcohólicas.
La talla y el peso se evaluaron en el cuestionario inicial y el peso se preguntó en cada cuestionario de seguimiento. Los cambios de peso se determinaron cada 4 años como cambios absolutos (gramos o kilos) y relativos (porcentajes). Los cambios de peso fueron fuertes factores pronósticos de evolución de las enfermedades en estas cohortes.
Resultados
Aumento del peso
La media de aumento del peso para todos los periodos de 4 años combinados fue diferente entre las tres cohortes. Este dato quizás se relacione con la diferencias específicas de sexo y edad entre cada cohorte al inicio del estudio. El aumento medio de peso en el total de las cohortes fue de 1,520 kg o el 2,4% del peso corporal, durante cada período de 4 años; este cambio corresponde a un aumento del peso de 7,610 kg durante el período de 20 años.
Cambios en la alimentación y los hábitos de vida
Aunque los cambios medios en los hábitos de vida en la población global del estudio fueron pequeños, los cambios entre las personas fueron grandes. En el Nurses´ Health Study, por ejemplo, la diferencia entre las personas en el nivel superior de cambios y las del nivel inferior (percentilo 95 menos percentilo 5) fue de 3,1 porciones por día para el consumo de verduras, 25,3 equivalentes metabólicos por semana para la actividad física y 0,66 copas por día para el consumo de alcohol.
Relaciones entre los cambios en la alimentación y los cambios en el peso
Tras ajustar para múltiples variables, casi todos los factores alimentarios se relacionaron independientemente con el cambio de peso. Estos datos fueron similares, en dirección y magnitud, para hombres y mujeres y a través de las tres cohortes. Los factores alimentarios que más se asociaron con el aumento del peso en 4 años, por porción diaria, fueron los aumentos en el consumo de papitas fritas envasadas (765 g), papas (579 g), bebidas endulzadas con azúcar (453 g), carnes rojas no elaboradas (263 g) y carnes elaboradas (418 g). El aumento del peso asociado con mayor consumo de granos refinados (175 g por porción diaria) fue similar al de las golosinas y postres (185 g por porción por día).
Asociaciones inversas con el aumento del peso, por porción por día, se observaron para el mayor consumo de verduras (−100 g), granos enteros (−168 g), frutas (−0.49 lb), nueces y otros frutos secos (−222 g) y yogurt (−371 g).
Los participantes aumentaron menos de peso cuando disminuyeron el consumo de papitas fritas envasadas, carnes elaboradas, bebidas azucaradas, papas o grasas trans y engordaron más cuando disminuyeron el consumo de verduras, granos enteros, frutas, nueces o yogurt.
Relaciones entre otros hábitos de vida y los cambios en el peso
Otros hábitos de vida también se asociaron independientemente con los cambios en el peso por cada período de 4 años (P < 0,001), como la actividad física (-797 g); el consumo de alcohol (184 g por copa diaria), el tabaquismo (los que dejaron el cigarrillo recientemente, 2,340 kg), el sueño (más aumento de peso con menos de 6 o más de 8 horas de sueño) y el tiempo frente al televisor (140 g por hora por día).
Conclusiones
En este trabajo se halló que múltiples cambios en los hábitos de vida se asociaron independientemente con el aumento del peso a largo plazo, como los cambios en el consumo de bebidas o alimentos específicos, la actividad física, el consumo de alcohol, el tiempo frente al televisor y el tabaquismo. El promedio de aumento de peso a largo plazo en personas no obesas es gradual - en las cohortes estudiadas, alrededor de 360 g por año – pero acumulados en el tiempo, aún aumentos de peso modestos tienen consecuencias para la disfunción metabólica a largo plazo relacionada con la adiposidad, la diabetes, la enfermedad cardiovascular y el cáncer.
Mientras que los cambios del peso asociados con un solo hábito de vida fueron relativamente modestos en las tres cohortes, en el conjunto, los cambios en la alimentación y la actividad física fueron responsables de grandes diferencias en el aumento de peso.
En todas estas relaciones intervienen los cambios en el consumo y el gasto de energía o ambos. En los cuestionarios sobre alimentación no se puede estimar bien el consumo total de energía. Por ello, el cambio del peso es la mejor medida del desequilibrio energético.
Se observaron fuertes asociaciones positivas con los cambios de peso para los almidones, los granos refinados y los alimentos elaborados. Algunos alimentos- verduras, nueces, frutas y granos enteros- se asociaron con menor aumento del peso al aumentar su consumo. Es posible que el mayor consumo de estos alimentos disminuya el consumo de otros alimentos y reduzca así la cantidad global de energía consumida.
Los datos obtenidos mostraron que los cambios en el consumo de todos los líquidos, excepto la leche, se asociaron positivamente con aumento del peso.
Globalmente, este análisis mostró relaciones divergentes entre bebidas o alimentos específicos y aumento del peso a largo plazo. Esto sugiere que la calidad de la alimentación, es decir los tipos de alimentos y bebidas consumidos, influyen sobre la cantidad (calorías totales).
Varias de las mediciones alimentarias sobre las que se hace hincapié, como el contenido de grasas, la densidad energética y los azúcares agregados, no hubieran identificado fiablemente los factores alimentarios que los autores hallaron que se asocian con aumento del peso a largo plazo. Por ejemplo, la mayoría de los alimentos que se asociaron positivamente con el aumento del peso fueron almidones o hidratos de carbono refinados; no se observaron diferencias significativas para la leche descremada en relación con la leche entera y el consumo de nueces se asoció inversamente con el aumento del peso.
Estos datos señalan brechas en el conocimiento de cómo algunas características especiales de la alimentación alteran el equilibrio energético e indican que a futuro se deben investigar las vías que regulan el hambre, la saciedad, la absorción, el metabolismo y el crecimiento o la hiperplasia de los adipositos. Los resultados de este trabajo también sugieren que las políticas y las investigaciones futuras para prevenir la obesidad deben considerar que la estructura y la elaboración de los alimentos son mediciones que pueden ser importantes.
♦ Comentario y resumen objetivo: Dr. Ricardo Ferreira
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