La vida del ser humano apenas dura un suspiro comparado con lo que puede durar un planeta, una estrella o el universo mismo. Apenas tenemos tiempo suficiente para vivir una serie de experiencias, entenderlas y asimilarlas para nuestro crecimiento. Pero aún así, somos poco conscientes de lo corto que es nuestro paso por este mundo a tal grado que olvidamos permanecer conectados con el “aquí” y con el “ahora”.

La mayor parte del día mientras realizamos nuestras actividades, nuestra mente se encuentra inmersa en una serie de pensamientos que lejos de resolver problemas cotidianos perturban nuestra paz y nos distraen de las cosas buenas que ocurren a nuestro alrededor. Incluso son capaces de boicotearnos cuando intentamos emprender nuevos proyectos o nos hacen crear falsas expectativas a partir de suposiciones infundadas.

Pensamos al levantamos, al bañarnos, al vestirnos, cuando comemos, manejamos, trabajamos y así sucesivamente hasta regresar nuevamente a la cama. Pensamos tanto durante el día que hacemos las cosas como seres autómatas. ¿Cuándo fue la última vez que fuiste consciente de tu respiración o percibiste la sensación que deja el agua al mojar tu cuerpo? ¿Cuándo degustaste deliciosamente un alimento o disfrutaste un atardecer desde un parque?

Si observamos con atención nuestros pensamientos nos daremos cuenta que la mayoría de estos tienen una estrecha relación con el pasado y el futuro. Y pocas veces nos detenemos un momento a ver, oír, sentir, oler y saborear el vivo presente.

Podemos estar en un determinado lugar rodeados de personas y de pronto nuestros pensamientos vuelan hacia una situación que vivimos un día anterior ya sea en la casa, en la oficina o en algún otro sitio. Si esa situación fue incomoda sentimos ansiedad, tristeza, preocupación o enfado según haya sido el caso, lo que nos impide disfrutar de ese lugar y de ese momento.

También puede ocurrir que de pronto nos sentimos acongojados porque nuestra mente nos lleva hacia lo que aún no ha sucedido, surgiendo interrogantes como ¿qué pasara si pierdo mi trabajo? ¿Conseguiré esa promoción laboral? ¿Tendré dinero para pagar mis cuentas? ¿Me irá bien en mi matrimonio? ¿Y si mi hijo se enferma?, etc. Pensamos en ese futuro que aún no se crea y nos atormentamos con temores prematuros que nos impiden disfrutar el aquí y el ahora.

Damos demasiada importancia a los pensamientos, principalmente los relacionados a lo que ya pasó y a lo que aún no pasa, dejando escapar lo que está ocurriendo aquí, en este preciso instante. Pero lo más triste es que nos entregamos a una realidad frívola y vamos olvidándonos realmente de quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos.

Si el pasado ya no existe y el futuro aún no se materializa ¿qué sentido tiene vivirlos en nuestra mente? ¿Qué sentido tiene estar en el presente sin vivirlo? O ¿Que lógica tiene ocupar un sitio sin estarlo?

No podemos aferrarnos a las cosas del pasado porque ya dejaron de existir y mucho menos añorar las cosas del futuro porque aún no ocurren y tal vez nunca ocurrirán, ya que el futuro puede recorrer distintos caminos dependiendo de las decisiones tomadas en el ahora. Recordemos que vivimos en una realidad de infinitas posibilidades.

No perdamos momentos de nuestra existencia que pueden hacer la diferencia en nuestro camino por la vida. No nos perdamos ni intentemos vivir en tres tiempos simultáneamente porque no tiene sentido. No divaguemos con la mente ni nos desconectemos de cada instante vivido ya que solo se puede estar en un solo tiempo y en un solo lugar a la vez.

Vivir aquí y ahora es el camino más corto hacia nuestra propia dicha, puesto que es lo único existe y lo único que hay en nuestro presente. Es conectarnos con nuestra esencia divina y reencontrarnos con esa paz perdida a causa de los quehaceres cotidianos. Así que no permitamos que la mente nos seduzca con tanto parloteo porque nos estaremos perdiendo de nuestra propia existencia.

Sigamos el ejemplo de los niños, ellos de manera innata viven el aquí y ahora entregándose por completo a su presente. Viven, juegan, ríen y retozan. Si en algún momento se caen lloran, pero se levantan y a los pocos minutos están disfrutando nuevamente de sus juegos. No conocen el miedo ni el odio, no recuerdan el pasado y mucho menos se preocupan por el futuro. Solo se dedican a amar lo que hacen y ser felices. Tal vez a esto se refería Jesucristo al decir que nadie entra al reino de los cielos si antes no se vuelve como un niño. Tal vez ese reino tiene mayor sentido cuando aprendemos a vivir aquí y ahora.

AMA / @GutyCookie

Creado y publicado en http://www.gutycookie.net/vivir-aqui-y-ahora/

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